viernes, 22 de abril de 2011

Cuento: EL JUEGO DE MI VIDA

Amigos. El siguiente texto, fue el ganador del 2o Concurso Nacional de Cuento Deportivo 2011 organizado por la Federación Mexicana de Cronistas Deportivos. El veredicto se dio a conocer el 22 de febrero en el marco del Día del Cronista Deportivo y la premiación fue en marzo en nuestra ciudad, durante los trabajos de la Asamblea Nacional de la Femecrode.

Con el retomo este espacio y a partir de aquí trataremos de tenerle diario lo que la labor de cronista deportivo nos lleve a realizar. Salud y bienestar. Felices Días Santos y Pascuas.


EL JUEGO DE MI VIDA


Seudónimo:             Bateador Emergente
Ganador:       Candelario González Santana
Asociación:   Colima, Col.


La tarde comenzaba a caer, fresca, cuando el maestro de ceremonias de la premiación anuncia: -y el jugador  más valioso de esta final es: ¡Liborio Sol de los subcampeones Lijadores-, hubo un silencio, se sintió más frío que el que comenzaba a hacer en ese final de invierno.

¿Qué pasó aquí?,  -pregunta La Polla manejador-jugador del equipo campeón Regadores, al presidente de la Liga-. Le tocaba ese premio a Inocencio Candela, él fue el más destacado de esta final.

-Yo lo consideraba así, estoy de acuerdo con ustedes, pero fue lo que decidieron los periodistas, -le respondió el presidente de la Liga-, y hay que respetar esa decisión.   

Inocencio Candela, los compañeros integrantes de su equipo, aficionados e incluso jugadores rivales, estaban totalmente sorprendidos por esa decisión.  ¡A los periodistas se les había olvidado su joya de pitcheo, su juego perfecto, de una semana antes…! ¡El juego soñado cada día y en cada partido por todo aquel jugador de pelota!

Cuando vieron la sorpresa de todos, los cronistas rápido señalaron como culpable al colega que, por estadísticas totales ofensiva-defensiva, puso a Liborio como candidato.

A mí no me culpen. “Ustedes podían proponer y refutar, eran mayoría, yo uno y ustedes tres, en todo caso creo que todos fallamos”, les respondió el acusado.

¿Fallamos de errar o fallamos de definir? Se preguntó un periodista.

-Pudieron ser las dos cosas-, respondió otro.  

El mayor reproche que recibieron, por la valoración realizada, vino de los compañeros de Inocencio, los cuales al pasar junto a ellos dijeron con sorna: ¡esos periodistas!. Y es que los compañeros sabían de que el juego perfecto de Inocencio no era no era el único mérito. Había más: tenía más de 50 años y para jugar en la categoría era libre cada día del juego libraba una batalla con el jefe en el trabajo y con los colegas que no le querían suplir, para poder ir a jugar…
Luego del baldazo de agua fría y el trago amargo en el recuento de los daños debajo de los mangos, allá por terreno del jardín izquierdo del parque, en el convivio, El Chori compañero de Chencho, le pidió: “Oye Candelas, aquí hay algunos que no estuvieron la semana pasada, y otros que sí estuvimos, pero  nos gustaría revivir las emociones del juego, con tu sentir”.

-No soy muy bueno para el relato-, dijo Inocencio-. Además sería muy largo de contar.

-Mira, es sentimiento. Tú platícanoslo-, insistió el compañero.

Inocencio se quedó como recordando y luego empezó a contar su hazaña:

“Jugamos a mediodía el domingo. Estaba soleado y el ambiente agradable, con mucho calor en la tribuna. Era el segundo juego de la final y en el montículo estaba yo, Chencho Candelas, con más de 50 años sobre el aún duro cuero y mis cerca de 160 de estatura, habiendo recibido la confianza y responsabilidad de tratar de sacar a flote el barco.

Cuando llegué a la caseta tras el cierre del quinto episodio, me pregunta La Polla:

-¿Candelas, ya te diste cuenta de lo que estás lanzando?

-No. Respondí y pregunté también. ¿Qué llevo?

-¡Cinco entradas perfectas, 15 hombres retirados en fila y vamos arriba tres carreras a cero! -Me dijo y lanzó la cuestión al viento-: ¿se imaginan llegar así hasta la novena entrada?

Quedé helado por un momento. Pero entonces me dije, ¿qué se puede perder? No queriendo darle importancia a la hazaña, pensé en salir a seguir disfrutando el juego y lanzar pelotas al “home”, con el  apoyo de mi cátcher estelar El Ciego, quien  me anima: “vamos viejón a ver si podemos darles la sorpresa”. Pero…

¡Viejo, Candela, vamos, ya nos toca! El grito de los compañeros que me despierta de mi arrobamiento, recordaba a San Toro Valenzuela. Luego, camino al montículo, me asalta una inquietud: ¿y ahora qué voy a decir en el trabajo?, en un año es mi jubilación, y si el jefe se pone ñoño como sabe, habrá problemas. Rápido muchachos, al juego, grita insistente el ampáyer.

Sexta baja. Creo que la loma es más alta de lo que parece, o ¿yo me sentía grande en ese momento? Estoy ante el 7º al bateo, quien espera dañar la joya, me hace trabajar de más, pero con una recta adentro lo obligo a dar machucón por primera, a medio camino lo encuentra y quema,  La Polla. El primero. La gente está conmigo, pero debo olvidar lo que gritan. Viene el 17º rival en fila, se desespera, me quiere despedazar  la pelota, y lo poncho en tres tiros. Sigue la algarabía en las gradas. El 9º al orden, me cuesta dominarlo, lo pongo contra la pared con dos faules, mas pierdo la esquina y lleno la cuenta. La mayoría de aficionados me animan y presiona al bateador, nos la jugamos por el centro, ¡pock!, oigo el tablazo y la pelota vuela por el jardín izquierdo cargada al centro. Desde-el-salión Nogal la corre, la mide. Cuando comienza a caer la canica le faltan pasos pa`llegar, susto, ¿se acabó el sueño? ¡ufffff! La atrapa a dos manos, locura en el parque.

Antes de entrar al dogout espero, saludo y agradezco a Nogal por mantenernos en el sueño de todo pelotero, lograr un juego perfecto. ¡Seis entradas, 18 outs! Ya me siento triunfador. Que venga el agua para festejar.

El daño se lo habíamos hecho a Liborio en la primera entrada, y de ahí, duelazo de pitcheo, pero, en la alta de la séptima, la llamada fatídica, él pareció flaquear; los compañeros me dieron respiro al ponerse dos en base y anotar una, la 4-0.

Cierre de la fatídica. De nuevo a enfrentar al hombre obligado a embasarse. Cuando me inclino para preparar el movimiento de lanzar, El Ciego pide tiempo y me visita en el montículo, “no dudes”, me dice, “tu puedes viejón, ponle Candela, a éste le vamos a repetir la dosis de la primera tanda y, si le pega, ahí están los muchachos que darán el extra por tu juego”. Seguimos las corazonadas, combinación de rectas y curvas adentro y afuera, alternadas. El 1º al bateo, sacó elevado de fault atrás del Ciego, quien la localiza, lanza la careta, da un paso y se avienta, afirmando la mascota dos con la mano libre, para asegurar el ¡out! Los aplausos y la ovación para mi receptor, bien ganados. Al 2º en el orden, la porra brava le grita: “¡ya péguenle al veterano, ¿qué no pueden pa`prestarles una raqueta o unos  lentes pa’que vean la bola?” Luego de tres pitcheos con ventaja mía, nos quiere sorprender con toque, le sale largo por tercera y Tenorio se arriesga para pescar a una mano y tirar a tiempo a primera y ponerlo quieto. ¡Dos outs! Al plato el 21º en fila, es un novato enjundioso y, el plan dominarlo con tres curvitas a la esquina de adentro. Lo logramos y abanicó para mi tercer ponche.

Ya no quiero pensar. ¡Ése mi Chencho, ni en tus mejores días!, grita uno de los puntillosos, levantando el brazo con bebida en mano y un ¡Salud! Eso me hace recordar que hace mucho ya no tomo, estuve a un tris de perder el trabajo por ello. Y de nuevo, ¿si mi jefe me reporta, no podré jubilarme el próximo año? “Vamos viejón, alegría en esa cara; no pienses más que en tu juego”, me dicen los compañeros, mas prefiero poner mi mente en otra cosa. Recuerdo entonces  unas pitcheadas del “Expreso de Texas”: qué velocidad, cómo rompían al llegar al plato dejando totalmente quietos a los rivales. Las gozo. También está en mi repertorio –claro que con muchísimo menos velocidad-, pero puede ayudar.

Otra vez mis compañeros se fueron en fila y me dejan continuar, porque estoy en medio de una hazaña; no hit, no errores, no bases, y quedan dos episodios. Antes de entrar al campo El Ciego me invita: “Si traes fuerza aún, trata de meter la recta que rompe al llegar. Abrimos contra el cuarto bate”.

Al primer intento salió una bola picada. El tolete de poder de Los Lijadores aguantó, dudé en el siguiente, fue curva, dos bolas, sólo me ponía contra la pared. El Ciego pide tiempo al ampáyer. Se levanta y grita: decisión. Tercer disparo por el centro. Cuando creía Rajatablas que la pondría en tierra de nadie, ya mero se quebraba la espalda por el poder que usó al intentar botarmela;  ovación en la tribuna con el clásico “ya pégale, desquita, no que muy comefierros”, que no va mucho, pero así le gritaron. El cuarto disparo recta alta, la batea default; dos strikes, dos bolas. El quinto, recta adentro, al ampáyer le gusto para bola ante la rechifla del público ¡ratero, ratero, ratero! Contra la pared, de nuevo con la que corta o quiebra, se me queda, pero el batazo sale default por el izquierdo, entre los árboles. El Ciego la vuelve a pedir; aunque dudo, la mando. Me la retacha otra vez, pero por el centro, profunda, a prados del Indio, quien la corre tres-cuatro metros –jugaba al fondo, conociendo el poder del Rajatabla-,cuidando de no estrellarse contra la barda, nos hizo recordar al gran Willie Mays, atrapando la bola, de espaldas al home, con el guante a la altura de la cintura. La locura… El primer out de la entrada. Me persigné, Dios está aún conmigo. Los Santos de la Pelota Caliente, siguen con nosotros…

Acción que nos reanima a todos, que impulsa a dar el extra y a los dos siguientes bateadores les baja el coraje. Resienten al público ¡miren quien les está dominando, bola de…! ¡Desquiten…! En cuatro lanzamientos, el 5º al bateo se va con línea a segunda y el sexto roletea al campo corto. ¡Vamos, Candelas, dales eso! ¡Tres outs más! ¡Arriba Regadores, a ser perfectos!

Mis compañeros parecen querer terminar pronto con las emociones. De nuevo tres hombres y tres out, y vamos al cierre. Al salir de la caseta, los más de 50 años parecen pesarme, pero el gran apoyo de los compañeros y ese griterío del público que siento a favor de mí, fortalecen el ánimo para el último tirón hacía la perfección del juego. ¡Créanlo, ni en sueños me pasó que a esta edad soportara el frenético ritmo de nueve intensas entradas!

La algarabía del público se apaga cuando me preparo para la batalla de la última entrada: tres outs, el paraíso; un error, una gran hazaña. “Hijos, esta salida va por ustedes”, pienso, miro la pelota en el interior de mi guante, me persigno. El plan para este último episodio, es que no hay plan. 7º del orden al bateo, el cátcher  pide rectas adentro, centro y afuera, para no exprimir de más al brazo que ya me pesa horrores, aunque digo que estoy bien. En ese orden la cuenta es dos strikes, tirándole, y una bola; cuarto disparo, bola altísima –se me resbaló-, dos y dos, El Ciego pide tiempo, sólo para darme respiro, ¡Vamos, es tu juego! Es la señal, para tirar la que rompe y me la choca, vuela por atrás de primera, se abre ¡ufff, faul!, y el ¡ahhhh! ensordecedor en la tribuna. La repito y se va con ella. Un out. El 8º tolete, el enemigo 26 en fila, duda en el bate a utilizar. ¡Vamos, de todos modos no le vas a dar!, le grita el público.  Eso me hace ver que sigo sobre él. El catcher, pide puras bolas por la esquina de adentro, pues batea encima del plato: bola, strike sin tirarle, le reclama la cantada al ampáyer, pues para él no parecía.Lo secundan los compañeros y sus seguidores, tiempo que me sirve para respirar y mantener el control. Repito pitcheo, abanica. Recta ceñida, la bola le pega al bate cuando intentar evadir el pelotazo y queda dentro del terreno. El Ciego se da cuenta, ahí mismo lo quemó. El parque siguió convertido en un manicomio, pero como si todos se pusieran de acuerdo, de repente quedó en silencio ante la expectativa por el último out, ¡el 27!, suspirando por vivir  el sueño de todo amador del beisbol.

El noveno en el orden de Los Lijadores es Liborio, el también pitcher, que en cada uno de los juegos había hiteado. Fue el hombre más sereno al que me enfrenté. Intuía lo que le iba a tirar y él como lanzador experimentaba una guerra interna sobre si me dejaba cumplir el gran sueño, la perfección del juego de pelota, disfrazando los intentos al ataque, o si luchaba como todo un guerrero. Al final decidió: también es un gran honor dejar una hazaña en una brillante joya de pitcheo. Así lo comentó entre amigos en la convivencia, según me dijeron.

Con el cansancio de ocho innings y dos tercios, ante un bateador ecuánime que intentaba romper la perfección de ese domingo soleado y alegre, mandé mi primer envío, la que rompe en el centro, el ampáyer la hizo de emoción y recibió recordatorios, ¡strike!, y la escandalera en las gradas. Segundo lanzamiento, recta a la esquina de fuera: bola; tercer pitcheo, curva afuera -Liborio bateaba un poco abierto del plato con bate grande-, me puse abajo en la cuenta. Cuarto disparo, arriesgamos curva adentro, y que se va con ella. Dos strikes, dos bolas.

Quinto tiro, bola arriba por esquina de afuera, fault. Sexto, parece que apenas llegó la pelota al jom, y otro faul, lejano por lado del prado izquierdo. Séptimo, bola alta, le echó vista y cuenta llena…

Jamás había  vivido tanto silencio en el parque como el que se hizo en los dos siguientes lanzamientos; el octavo, fue una recta afuera que la fauleó sobre la caseta de ellos. ¡Vamos Candela, póngale eso que es el último tirón! ¡Tú puedes viejón! ¡Chencho, es tuyo este perfecto y último out!... Y vamos de nuevo con la recta cortada, con menos poder, se me queda y la prende atrasada. Vuela la canica para el jardín derecho, a donde entró a cubrir en el séptimo rollo. El Ponchoman, en mi emoción me pareció verlo volar, corrió casi ocho metros, y pegado a la raya en lo profundo del jardín, a una mano prendió a doña blanca y cerró el guante con la otra mano, dejándose caer rodando sin soltarla… Levanté los brazos al cielo, mientras llegaban los compañeros a abrazarme. Sólo sonreía, quizá de nervios, o pudo ser por la inmensa emoción que sentía. ¡Qué locura, luego de tanto silencio! ¡Había tirado el juego de mi vida!

Terminado el relato, había un dejo de tristeza en Chencho Candelas recordando el fallo del Jugador Más Valioso. Los compañeros lo tratan de animar; “Vamos, tómate una, nadie te va a quitar el juego perfecto por más trofeos que le den a otros y creo que los cronistas hoy aprendieron algo más”.

Les aceptó un refresco, y cuando le daba el primer trago La Polla le habla: Candelas te buscan. Estaba entrando al parque su jefe.

-Chin... Y ahora… Pues de nuevo me vine del trabajo, sin su permiso.

-Espérate. Deja que se arrime-, le dicen los compañeros.

-Don Chencho, cómo está-, lo saluda el jefe.

-Aquí, ya ve, vine un rato a estar con mis compañeros, respondió Candelas.

-Deje esa cara de espanto, alégrese-, le pide el jefe. -Me enteraron de su hazaña. Alguien de arriba, me explicó lo que significa en su deporte y sugirió que lo dejara en paz, que mejor le hiciera un reconocimiento y creo que es lo ideal  aquí delante de sus compañeros.

Hubo silencio, mientras el jefe sacaba de la bolsa de la camisa una hoja de papel y se la entregó.

-Con esto pase a recursos humanos por su liquidación, para que al terminar el mes ya pueda tener todo el tiempo para disfrutar su pelota caliente y su familia, a la que también dejaba por dedicarle horas al juego de pelota...

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